lunes, 15 de febrero de 2016

La Segunda Visita (Cuento de Ronald Rodriguez)

Mi guía, un hermoso serafín de cabellos rubios y cuerpo de bronce, me conducía por el mismo salón de espejos que encontré al principio. El guardia y guía, flotaba en el aire desnudo y su imagen asexuada no se reflejaba en algunos espejos. 
-Viajera. Este es el pasillo de los visitantes. Los invitados del Portador de Luz pueden caminar por aquí. Ten la seguridad que te observa y sus ojos repletos de belleza se unen a tus propios sentimientos. Estos son los pasillos de su residencia. Son los recovecos de su propia cárcel, su condena, su hogar hace más de mil eternidades. 
Miré hacia los espejos y busqué los ojos del rebelde, del poeta, del exiliado. 
-El Iluminado está desesperado. Dentro de poco podrá salir y los traidores a su mensaje de gloria serán castigados con la indiferencia de lo hermoso. 
-¿Quién eres tú? ¿Acaso eres su mensajero?- le pregunté al hermoso ente volador; él me observó con sus pupilas doradas y me habló con su aliento de luz. 
-El Portador no necesita mensajeros. El Iluminado puede estar dentro de ti- respondió esbozando una leve sonrisa. 
Me asusté porque la presencia de un ser muy poderoso podía atravesar las paredes del pasillo de los visitantes. Satanás me observaba y sentía sus manos heladas tocarme por dentro. El serafín se detuvo frente a un espejo con un marco hermoso y gigante. En el no se reflejaba el guía. 
-Por aquí- dijo y me tomó de la mano. Entramos al espejo,  
Adentro había un espacio circular de enorme tamaño, estaba al centro de una torre que se levantaba hacia el cielo y era imposible ver el tope desde allí. Por sus paredes subía una escalera de caracol, impresionante e infinita daba incontables vueltas en las paredes cilíndricas de la torre. El guía flotaba sobre las escaleras, me dijo que subiéramos. Le comencé a seguir y observando el interior de la torre en cada nivel de las escaleras parecía existir un mundo diferente, como pisos en un edificio. Era algo insólito porque no se veía nada desde la parte más baja, donde estábamos al principio. 
-Esto, querida visitante, es la condena de los seres antiguos a los de mi raza- el ángel señaló uno de los niveles que se materializó al mover éste su mano. Era una sangrienta descuartización de un ángel igual al guía. Varios seres semejantes a perros gigantes le sostenían las extremidades, mientras otros se comían su carne al arrancar los miembros desde el hueso. Con un profundo asco, le pedí al guía que nos fuéramos. Él siguió ascendiendo en silencio. En el siguiente nivel, se había formado un salón gigantesco y con paredes muy altas; aunque sabía que no era real, sus detalles eran demasiado físicos, era un vestíbulo que tenía paredes de piedra y unas columnas rectangulares con los bordes filosos de piedra. Pronto aparecieron más de esos extraños perros erguidos, en las manos tenían a niños y niñas empalados en sus garras descomunales. Se reunieron cerca de un millar de esos monstruos y comenzaron a destrozar a los niños contra los muros y los bordes de piedra de las paredes. Pronto el lugar se llenó de cadáveres mutilados y grandes charcos de sangre. 
-Nuestros hijos- dijo el guía, sin observar lo que yo observaba. Cuando las fieras se retiraron, pude ver a un individuo que no era parte del lugar que caminaba al fondo de esa sala donde vimos cientos de cadáveres destrozados. 
Era un muchacho muy joven, y caminaba apoyado en la pared, tratando de evadir los regueros de sangre y las partes humanas desperdigadas como vidrios quebrados. Traté de hablarle, pero el guía me advirtió que entre los visitantes no podemos vernos. Me explicó que hay varios tipos de visitantes, algunos son oníricos y otros llegaban por cuenta propia, otros se extraviaban en la torre y vagaban varios años. Volví a ver a ese muchacho y le hice una advertencia, pues el miedo era la propia cárcel de los habitantes del infierno. Creo que pudo verme y escucharme, sin embargo, lo perdí segundos después, cuando ascendimos al siguiente nivel. -Aquí están nuestras madres- me dijo el guía levantando su dedo índice hacía un amplio salón rojo, cuya luz roja iluminaba como fuego y exhalaba esa misma energía candente. Dos hermosas mujeres con grandes alas negras, movían sus plumas apenas, estaban desnudas y esperaban silenciosas con las cabezas bajas. El fuego vino desde el techo. Era una llama imperceptible, pero fue chamuscando sus cuerpos hasta dejarles como una bola de carne sin forma. En esa ocasión lloré, porque el guía me repitió que eran sus madres. Al notar mi dolor el guía se detuvo y las imágenes desaparecieron. 
-Los castigos continúan, porque esta es la cárcel de los rebeldes, de los profetas. Se extienden hasta el tope de la torre, donde vive el Portador-. Sabía que hablaba de Satanás. -Es necesario que tengas fuerzas para seguir, no compartas el dolor de nuestra especie. Los inmortales podemos ser castigados con terror, sin él, somos perfectos. No visitas este lugar para demostrarnos solidaridad, sino porque has decidido venir. Puedes irte cuando quieras, puedes salir y olvidarlo todo. Pero también puedes continuar y conocer al Exiliado, al Iluminado-. 
El ángel reiniciaba su ascenso, pero esperaba mi respuesta. Aunque por fin conocí el castigo a los rebeldes y sentí su poder sobre mí, el terror es algo que no se puede describir, pero espero que con estas palabras lo hayan saboreado un poco. 
Por supuesto que acompañe al guía hasta el final. Hasta la celda de Satanás.