Mi guía,
un hermoso serafín de cabellos rubios y cuerpo de bronce, me conducía
por el mismo salón de espejos que encontré al principio. El guardia y
guía, flotaba en el aire desnudo y su imagen asexuada no se reflejaba en
algunos espejos.
-Viajera. Este es el pasillo de los visitantes. Los invitados del
Portador de Luz pueden caminar por aquí. Ten la seguridad que te observa
y sus ojos repletos de belleza se unen a tus propios sentimientos.
Estos son los pasillos de su residencia. Son los recovecos de su propia
cárcel, su condena, su hogar hace más de mil eternidades.
Miré hacia los espejos y busqué los ojos del rebelde, del poeta, del exiliado.
-El Iluminado está desesperado. Dentro de poco podrá salir y los
traidores a su mensaje de gloria serán castigados con la indiferencia de
lo hermoso.
-¿Quién eres tú? ¿Acaso eres su mensajero?- le pregunté al hermoso ente
volador; él me observó con sus pupilas doradas y me habló con su aliento
de luz.
-El Portador no necesita mensajeros. El Iluminado puede estar dentro de ti- respondió esbozando una leve sonrisa.
Me asusté porque la presencia de un ser muy poderoso podía atravesar las
paredes del pasillo de los visitantes. Satanás me observaba y sentía
sus manos heladas tocarme por dentro. El serafín se detuvo frente a un
espejo con un marco hermoso y gigante. En el no se reflejaba el guía.
-Por aquí- dijo y me tomó de la mano. Entramos al espejo,
Adentro había un espacio circular de enorme tamaño, estaba al centro de
una torre que se levantaba hacia el cielo y era imposible ver el tope
desde allí. Por sus paredes subía una escalera de caracol, impresionante
e infinita daba incontables vueltas en las paredes cilíndricas de la
torre. El guía flotaba sobre las escaleras, me dijo que subiéramos. Le
comencé a seguir y observando el interior de la torre en cada nivel de
las escaleras parecía existir un mundo diferente, como pisos en un
edificio. Era algo insólito porque no se veía nada desde la parte más
baja, donde estábamos al principio.
-Esto, querida visitante, es la condena de los seres antiguos a los de
mi raza- el ángel señaló uno de los niveles que se materializó al mover
éste su mano. Era una sangrienta descuartización de un ángel igual al
guía. Varios seres semejantes a perros gigantes le sostenían las
extremidades, mientras otros se comían su carne al arrancar los miembros
desde el hueso. Con un profundo asco, le pedí al guía que nos fuéramos.
Él siguió ascendiendo en silencio. En el siguiente nivel, se había
formado un salón gigantesco y con paredes muy altas; aunque sabía que no
era real, sus detalles eran demasiado físicos, era un vestíbulo que
tenía paredes de piedra y unas columnas rectangulares con los bordes
filosos de piedra. Pronto aparecieron más de esos extraños perros
erguidos, en las manos tenían a niños y niñas empalados en sus garras
descomunales. Se reunieron cerca de un millar de esos monstruos y
comenzaron a destrozar a los niños contra los muros y los bordes de
piedra de las paredes. Pronto el lugar se llenó de cadáveres mutilados y
grandes charcos de sangre.
-Nuestros hijos- dijo el guía, sin observar lo que yo observaba. Cuando
las fieras se retiraron, pude ver a un individuo que no era parte del
lugar que caminaba al fondo de esa sala donde vimos cientos de cadáveres
destrozados.
Era un muchacho muy joven, y caminaba apoyado en la pared, tratando de
evadir los regueros de sangre y las partes humanas desperdigadas como
vidrios quebrados. Traté de hablarle, pero el guía me advirtió que entre
los visitantes no podemos vernos. Me explicó que hay varios tipos de
visitantes, algunos son oníricos y otros llegaban por cuenta propia,
otros se extraviaban en la torre y vagaban varios años. Volví a ver a
ese muchacho y le hice una advertencia, pues el miedo era la propia
cárcel de los habitantes del infierno. Creo que pudo verme y escucharme,
sin embargo, lo perdí segundos después, cuando ascendimos al siguiente
nivel. -Aquí están nuestras madres- me dijo el guía levantando su dedo
índice hacía un amplio salón rojo, cuya luz roja iluminaba como fuego y
exhalaba esa misma energía candente. Dos hermosas mujeres con grandes
alas negras, movían sus plumas apenas, estaban desnudas y esperaban
silenciosas con las cabezas bajas. El fuego vino desde el techo. Era una
llama imperceptible, pero fue chamuscando sus cuerpos hasta dejarles
como una bola de carne sin forma. En esa ocasión lloré, porque el guía
me repitió que eran sus madres. Al notar mi dolor el guía se detuvo y
las imágenes desaparecieron.
-Los castigos continúan, porque esta es la cárcel de los rebeldes, de
los profetas. Se extienden hasta el tope de la torre, donde vive el
Portador-. Sabía que hablaba de Satanás. -Es necesario que tengas
fuerzas para seguir, no compartas el dolor de nuestra especie. Los
inmortales podemos ser castigados con terror, sin él, somos perfectos.
No visitas este lugar para demostrarnos solidaridad, sino porque has
decidido venir. Puedes irte cuando quieras, puedes salir y olvidarlo
todo. Pero también puedes continuar y conocer al Exiliado, al
Iluminado-.
El ángel reiniciaba su ascenso, pero esperaba mi respuesta. Aunque por
fin conocí el castigo a los rebeldes y sentí su poder sobre mí, el
terror es algo que no se puede describir, pero espero que con estas
palabras lo hayan saboreado un poco.
Por supuesto que acompañe al guía hasta el final. Hasta la celda de Satanás.
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