Quince años han transcurrido desde el inicio de éste siglo, Aún sentimos la resaca de los legados de la contracultura que parió el siglo XX, y creemos firmemente en los iconos que se han consolidado mediante la televisión, resultando más fiables que los héroes históricos de nuestros países, los libertadores y los descolonizadores, esas estatuas en las plazas de nuestras ciudades. Veo que el fanatismo de los consumidores por los grandes mártires ha crecido y se ha convertido en una religión que protege a los nuevos soñadores, algunos muy perturbados por los mensajes de la nueva transición, que supuestamente protege al rebaño de las tentaciones mundanas que los medios ha liberado. Están descompuestos estos usuarios, enfermos por demasiada información, han sido absorbidos por las multinacionales que ofrecen servicios gratuitos para controlar sus vidas, por ello, ante tanta esclavitud moral asumen que sus libertadores son los monstruos que hoy se han convertido en héroes.
Es difícil la tarea del hierofante, conducir a ésta humanidad, está sólo, como muchos de los mártires, han emprendido sus aventuras sin ejércitos, sin armamento. Menudo sacrificio de éste humano, que es héroe de muchas minorías sin esperanza, que convoca multitudes y que debe mediar grandes conflictos. Es un héroe nuevo, que no tiene capa ni espada, pero es valiente.
Qué se necesita para hacer un héroe real y moderno para motivar a las masas, qué necesitamos para encontrar a un nuevo mito, que sea más grande que la misma historia y que conduzca al mundo al nuevo encuentro. Tal vez no lo sabemos hasta que realmente todo deba cambiar violentamente.
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