La temática de terror y el futurismo tiene elementos en común, un mundo consumido por los mismos seres humanos y la pérdida total del sentido de la razón, y el terror empieza cuando el contexto de la literatura arrebata a la familia, los niños, la estabilidad de los hogares. La literatura belicista que ilustra la guerra en el futuro o contra plagas o invasores, obtiene su mayor pigmentación en los dramas militares, los procesos de transformación del soldado en héroe o en víctima.
El proceso de construir mundos nuevos, paraisos o infiernos, civilizaciones o familias en exodo, o simplemente divagar por las posibilidades de existir en realidades no humanas, exige de un esfuerzo mayor y una inspiración que va a tomar muchos elementos en años de estudio e investigación. El reto es lograr la coherencia en la redacción, aún cuando el entorno no sea humano. Imaginar paisajes y arquitecturas nunca vistas.
La fantasía requiere de elementos nuevos, más atrevimiento y menos influencias. Menos Tolkien o Narnia y más innovación artistica, una inquietud por el cambio, como los japoneses quienes tienen toda una academia de creatividad. El mérito de éste género está en la oportunidad, porque el boom de éste género empezó a repuntar en éstos últimos años, cuando volvieron a la televisión y sus audiencias preferían temas magicos y/o mitológicos para la sobremesa.
El reto aquí es crear un argumento donde las semejanzas con lo ya escrito no tenga parámetros repetitivos.
Por ello que las ideas nuevas deben nutrirse de elementos prohibidos y no recibidos por la crítica. Y esto va dirigido a quienes cultivan este género y se ven limitados por la ausencia de temáticas nuevas, el reto es crear historias que tienen sentimientos que crean empatía.
Y por último, no tenemos que desperdiciar las temáticas de acción y aventuras policiales, que son un elemento más en nuestros trabajos, no así el género por completo, sino un ingrediente a la salsa total que condimenta la obra narrativa.
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